domingo, 28 de noviembre de 2010

Vita vs exsistentia

La vida es una pugna entre los fantasmas del pasado
y las visiones del futuro. El presente no existe.
Vivimos en una burbuja atemporal. La felicidad
estriba en domar el pasado para mirarlo de frente;
¡Y Sonreírle! porque ayuda a disfrutar los momentos presentes y a construir el futuro

La vida es un largo caminar hasta la muerte
en cuyo discurrir gastamos el tiempo sin reparar en los placeres simples
pero sí abandonándonos a las futilidades y nimiedades.
Dejemos lo ficticio y concentrémonos en la felicidad.
Está hecha de sonrisas, miradas, caricias, mucho diálogo y sobre todo empeño...

La vida es… y no es.
¿Fantasía de los sueños? o
¿Sueños de la fantasía?
La respuesta aguarda, esperanzada,
en cada uno de nosotros.

Querida Mar,

Querida mar, has decido irte,
alejarte de la orilla sensible
para ganar el océano, morirte.
La arena movediza resbala risible,

tormentoso remolino, insensible.
Tus oleas ritmaban mi abismo.
Corazón y mente unidos en suerte:
¿La arena sin el mar es inconcebible?

No.  Simple grano del engranaje,
universo de universos insondable.
¿La espuma blanca anuncia muerte?

No. Simple vuelta de un círculo
en perpetuo movimiento, imparable.
Órbita. Deseable armonía.

Ilusión,

Esperanza infundada de ásperos deseos.
Ilusión trágica.
Nostalgia de lo que pudo ser y nunca será.
Triste y profunda realidad carente de juveniles anhelos.
¿Para qué desear si al final se consigue tan poco?

Ilusas quimeras quiebran el aliento de mis versos.
¡Empuja la pluma sabia melaïna cole!
El recuerdo es a tu tinta lo que el vacío es a mis ojos.
Sé de dónde vengo y quién soy.
Pero: ¿Adónde voy?

Tempus fugit

Fuerte en apariencia, tan frágil en tu foro interior.
Un actor es una persona herida.
Por eso elige esa vida y busca la gloria,
fugaz sustituto a la felicidad. Arrastra un peso,
una llaga de la que no consigue desprenderse.

Necesita estar en perpetuo movimiento.
No vive una vida de verdad, no percibe el tiempo.
Huye de él y del amor tal el judío errante caminando
por el mundo detrás de un objetivo vacío.

¿Es el camino equivocado? ¡Claro que no!
El Destino, cruel fuerza pagana, obra sobre el Hombre
como el tiempo sobre la belleza, incontrolable. ¿Resignarse o aceptarlo?
Sed fugit interea fugit irreparabile tempus  decía un poeta romano.
El tiempo vuela. Cázalo a tiempo amiga mía.

Despedida

Relámpago de sentimientos confusos.
Soplo al oído tal el Pampero airado.
La garganta seca, los ojos empapados,
el verbo no sale, abundan los suspiros.

Acercamiento momentáneo sí,
definitivo quizás, emotivo seguro.
Gestos paralizados, mente vegetativa.
Asombrosos y aniquiladores temblores.

Torbellino de promesas, miradas, caricias,
lágrimas, sonrisas y ¡palabras ya!
Último consejo, enésimo beso,
indeterminado hasta luego. Inseguro alejamiento,
a tientas… Adiós…

Canción de un optimista

Triste psalmodia de expresión hirsuta.
Las palabras inconexas reflejan mi mente disoluta.
Escribiendo, día a día, todo se ordena.
Todo y nada dictamina.

Mis versos lloran, mi alma escribe.
Ojos llenos de la transparente tinta,
el vacío de mi sombra desdibuja contornos abstractos,
pedazos de espíritu, emanación de hálito.

El papel se empapa, la mano tiembla.
¿Página en blanco? No importa.
Un himno no necesita de palabras,
Sí de espíritu. Basta.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Análisis de un poema casi desconocido de Manuel Mujica Láinez: Canto a Buenos Aires (1943)

En 1943 se publicó Canto a Buenos Aires[1], poema en siete cantos escrito en versos alejandrinos pareados, que recorre los momentos fundacionales de la ciudad de Buenos Aires. La obra que nos presenta Manuel Mujica Láinez responde a su propia visión de la historia de la capital argentina. Cada parte del poema, que de ahora en adelante nombraremos canto, corresponde a un periodo fundamental de la memoria nacional.
Manuel Mujica Lainez (1910-1998) es un hombre polifacético: periodista, crítico de arte, ensayista y escritor argentino; un personaje atípico en el panorama de la literatura argentina contemporánea. Atípico, porque a pesar de haber nacido en Buenos Aires, recibió una educación y formación triple: la argentina, la francesa y la inglesa. Atípico, porque al conocimiento del folclore y de los mitos populares argentinos transmitidos por su abuela y sus tías se sumó el bagaje cultural adquirido durante esa larga estancia en Europa; Y, una vez más atípico, porque a pesar de su fecundísima obra, de una calidad reconocida por sus iguales, es muy poco conocido por el gran público. Inicia su obra literaria a los quince años con un libro escrito en francés y dedicado a su padre: Louis XVII. Su primera novela escrita en español, Glosas Castellanas (1936), es un ensayo en el que combina la reflexión sobre Don Quijote y Sancho con recreaciones libres de episodios y personajes del Quijote. Don Galaz de Buenos Aires (1938), es una novela de evocación histórica del pasado argentino ambientado en el siglo XVII. El poemario Canto a Buenos Aires (1943), centrado en la fundación de la ciudad porteña, le proporciona su primer reconocimiento literario que se consolidará con su segundo libro de poesía: Estampas de Buenos Aires (1946), en el que lleva a cabo una exaltación de la capital argentina. Lo más característico de su producción literaria es la serie de novelas que constituyen el llamado Ciclo de Buenos Aires, es decir, novelas donde se presenta una serie de tipos y situaciones que describen con minucioso detalle la progresiva decadencia de algunas grandes familias porteñas. Éstas son: Los ídolos (1953), La Casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en el Paraíso (1957).  Antes del ciclo porteño escribió dos libros de cuentos: Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950). En el primero recrea la historia argentina en torno a una quinta en los Montes Grandes, próxima a Buenos Aires, desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XX.  En su segundo libro de cuentos asistimos a la historia de la ciudad de Buenos-Aires contada en 32 relatos cortos. Con ésta, su propósito es otorgarle a la ciudad de Buenos-Aires perspectivas casi mitológicas vinculándola con los grandes temas y mitos universales con el objetivo de dignificarla e insertarla en la estirpe de las grandes ciudades de la tradición occidental. El conjunto de su obra se caracteriza por el uso del recuerdo del pasado histórico en lo cotidiano, estableciendo un nexo hacia el presente de la condición humana, gracias a una documentación detallada y a una fantasía desbordante, encontrando su correlato en Bomarzo (1969). En esta novela histórica recrea la vida de uno de los artistas del Renacimiento italiano, Pier Francesco Orsini, a partir de sus confesiones de ultra tumba.

         Al escribir un poema dedicado a Buenos Aires, Manuel Mujica Láinez se inserta en la tradición clásica de los laudes civitatis o laudes urbis. José Carlos Rovira (2005: 278) apunta a este respecto:

Se hicieron frecuentemente desde el primer Renacimiento [...]. Estuvieron basadas en ideas de la clasicidad greco-latina, en las ideas de Platón sobre la ciudad, y se extendieron como modelo americano en las visiones de las primeras ciudades, siendo frecuentes en el caso de México.

En el Renacimiento se produjo una revalorización de lo local que hizo que los laudes civitatis experimentaron una difusión considerable. Las alabanzas de ciudad implican la fundación literaria de las mismas dotándolas de una dimensión espiritual. La base del laude civitatis se encuentra en los textos clásicos grecolatinos de Horacio (véase Oda I, 7) en los que el poeta ya reconocía este género como tópico o lugar común en que coincidían los poetas. Muestras tempranas de laudes civitatis son las de las ciudades italianas de finales del siglo VIII[2], entre ellas destaca la Laudatio Florentiane urbis (1403) de Leonardo Bruni. En la tradición literaria hispanoamericana podemos citar como hitos literarios fundamentales la Grandeza Mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena, la más reciente Fervor de Buenos Aires (1923) de Jorge Luis Borges y los propios poemarios de nuestro autor: Cantos a Buenos Aires (1943) y Estampas de Buenos Aires (1946).

En el primer canto el poeta desvela el doble objetivo de la obra: “Y ha de seguir el canto, si quiere en forma armónica,/tener la doble virtud del canto y de la crónica.”[3] Siguiendo la línea planteada por el propio autor este trabajo perseguirá tres objetivos fundamentales. En primer lugar, procuraré determinar los motivos personales que empujaron a nuestro autor a escribir esta alabanza a Buenos Aires, intentaré establecer cuáles fueron los objetivos que perseguía al hacerlo y qué modelo de ciudad valora y quiere transmitir. En segundo lugar resumiré la historiografía contenida en este poema, para concluir finalmente, dando un esbozo de la ciudad que Manuel Mujica retrató con tanta maestría.

Para llegar a entender el poema en su totalidad y descifrar las numerosas claves culturales y personales que alberga, es imprescindible hacer referencia al periodo de cinco años durante el cual estuvo residiendo fuera de Argentina[4].  A estos años de exilio voluntario decidido por el padre de Manucho[5], siguió otro suceso que lo marcó profundamente: junto a otro escritor argentino, Jorge Luis Borges, fueron despedidos de sus respectivos trabajos de periodistas en 1943[6] y perseguidos durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón[7] (1946-1952). A partir de estas circunstancias personales, el poema nace de dos motivaciones opuestas: la primera es la necesidad de hacerse un sitio entre los escritores nacionales, y nada mejor para ello que alabar a una ciudad que los inspira y reúne a todos. En los años 20 del siglo pasado, Jorge Luis Borges advirtió que Buenos Aires no tenía identidad propia, intentaba modernizarse imitando a las grandes capitales europeas vanguardistas[8], pero en esta carrera hacia la modernidad, la urbe porteña no alcanzó sino una modernidad periférica[9]. A partir de la segunda década del siglo XX, Jorge Luis Borges encabezó una poética cuyo objetivo fue fundar literariamente a la ciudad. Entre los autores que contribuyeron a esta labor  destacan principalmente Jorge Luis Borges con Fervor de Buenos Aires (1923) y Cuaderno de San Martín (1929); Raúl Scalabrini Ortiz con El hombre que está solo y espera (1931); Leopoldo Marechal con Historia de la calle Corrientes (1937) y el propio Manuel Mujica Láinez con este Canto a Buenos Aires y sus posteriores Estampas de Buenos Aires (1946). Manucho funda la ciudad con referentes concretos reales que son, en la mayoría de los casos, referentes personales.

En segundo lugar Canto a Buenos Aires nace como resultado del asombro que el joven Manucho experimentó a su regreso a Buenos Aires en 1928. Lejos quedaba la ciudad de su infancia, atrás sus pasos en la urbe porteña, apenas unas pinceladas venidas de los recuerdos y bañadas de nostalgia esbozaban en él la imagen de la ciudad que un día abandonara. Mujica Láinez utiliza el recurso del que vuelve a la ciudad después de muchos años de ausencia, uno de los más utilizados por los poetas, para describir el deterioro de la ciudad. La escritura de este poema resulta de la maduración del espíritu de un hombre que, durante quince años, deambuló diariamente en su ciudad para tomarle el pulso. El resultado de este largo proceso es el poema que tenemos ante nuestros ojos.

Las alabanzas de ciudad persiguen siempre dos propósitos principales, siendo el primero ideológico y el segundo propagandístico. El objetivo ideológico consiste en legitimar la ciudad insertándola en la estirpe de las grandes ciudades cantadas como pudieron serlo Atenas o Roma. Este poema es sin duda alguna un laude civitatis por su forma y por los objetivos que anhela. Es precisamente el tratamiento de estos objetivos lo que marca la diferencia entre Manuel Mujica Láinez y el resto de autores del género. En efecto no hace referencia a las grandes ciudades de la civilización occidental sino que se concentra sólo y únicamente en Buenos Aires, proponiéndonos un “laude argentino” con sus propios referentes y características. Entre ellos destacan la voluntad de escribir una historia paralela a la historia oficial, en la que rescata del pasado los acontecimientos, personajes y símbolos que han marcado el estado argentino y han desempeñado un papel fundamental en la conformación de una identidad propia. No menciona ciudades antiguas pero sí alude a famosos poetas que cantaron ciudades hispanoamericanas: el arcediano Martín del Barco Centenera con su poema: La Argentina o la conquista del Río de la Plata: poema histórico (1601) y Alonso de Ercilla en La Araucana (1569-1589).

Dice el poeta: 

Lo mismo que en siglo delicado y tremendo   
acercarme a tu altar de la mano quisiera 
del Señor Arcediano del Barco Centenera,                                                                            
que con su gran versada, de la de Ercilla alumna,                                                                
puso de estos loores la primera columna,                                                                                     
y a quien, al doblegarme delante de tu trono,                                                                   
 invoco, por poeta, como el mejor patrono. (105)

Este afán de legitimar la ciudad se manifiesta en el momento en que el poeta escribe que Pedro de Mendoza ha denominado a la ciudad: “Ciudad Santa María”:
                     
Pues bautizarte así era tentar prodigios desde tu primer día. (14)

Otra prueba de los buenos augurios que esperaban a la ciudad porteña es el blasón que los Cabildantes diseñaron. Tenía en su centro una paloma blanca que: “irradia el luminar del Espíritu Santo”[10]. La paloma es una alegoría del Espíritu Santo que desciende sobre Jesús. Trasladando este símbolo al blasón de la ciudad, simbolizaría que el Espíritu Santo  o espíritu de Dios, protegería a Buenos Aires.
El segundo objetivo perseguido por un laude urbis es el propagandístico. Radica en alabar un ideal de ciudad en tanto base de la formación de un Estado, siendo la ciudad la representante de la comunidad. El modelo de ciudad de Manuel Mujica Láinez es el de la Ciudad de Mayo[11], la de Domingo French y Antonio Luis Beruti que celebra el nacimiento de la identidad argentina: “Y en la plaza mayor la Argentina nacía”[12]. El segundo hito que retoma Manucho es la celebración de la Asamblea General Constituyente del año 1813 presidida por Carlos María de Alvear. Ésta supuso un gran avance para la ciudad y sus habitantes por la relevancia y repercusión de las resoluciones que se firmaron entre las cuales destacan: la libertad de vientres de las esclavas, la abolición de la Inquisición y de la práctica de la tortura, la exención de los indígenas de pagar tributo, el establecimiento del escudo nacional y la acuñación de la moneda nacional. Escribe el poeta:

¡Juventud de lo de hoy, sobre el pasado muerto!                                                                                      
¡Criolla adolescencia! ¡Nacer! ¡Símbolo exacto                                                                           
de la ciudad que tiende las manos en el pacto,                                                                         
niña ella misma, niña generosa, y eufórica! (50)


En la página 77 compara los bustos de las personas que acabamos de citar con dos famosos griegos: “Allí están nuestros Priamos[13]; allí nuestros Patroclos[14]”. La genialidad del poeta es tal que su obra no es sólo un canto a su amada ciudad sino un resumen de 400 años de Historia contados en apenas 2000 versos. Resumen que nos ocupará a continuación.


En esta segunda parte del trabajo resumiré de manera sintética la historia de la ciudad rioplatense con el apoyo de unas citas extraídas del poema que nos ayudarán a entender su evolución en el tiempo. La primera Buenos Aires del Adelantado español era una: “aldehuela de chozas inconclusas”[15], en contraposición con la ciudad geométrica en damero de Juan de Garay. Al principio Buenos Aires se trataba de un pequeño fuerte que recibiera un ostentoso nombre el cual presagiara el futuro de una ciudad de élite. Así Mujica dice: 

Pero sobre la falta de dulzura y de brillo,                                                             
conjurando la niebla del afán torturado                                                                                        
que envolvió al lansquenete como al Adelantado,                                                                     
estaba en la quietud transparente del aire                                                                                     
tu clara anunciación, Señora del Buen Aire,                                                                               
pues bautizarte así: Ciudad Santa María,                                                                                      
era tentar prodigios desde tu primer día. (14)
La siguiente etapa histórica a la que hace referencia el poeta es la del Virreinato. Hace un balance de sus tres décadas con tres adjetivos que hablan por sí solos: “parcos, recios y pobres”[16] en contraposición con los tiempos de la Colonia que: “fueron tiempos de paz”[17]. El primer hito del nacimiento de la conciencia argentina, conciencia que llevará a la Independencia, tiene lugar en 1806 cuando españoles y criollos combaten juntos para expulsar de Buenos Aires al enemigo inglés. En palabras del poeta: “el aire está ya denso de voces argentinas”[18]. Desafortunadamente,  las esperanzas establecidas en los hombres de la Ciudad de Mayo y en su modelo de ciudad, se desvanecieron rápidamente con la llegada al poder de Don Juan Manuel de Rosas[19]:

¡Qué Pronto Rivadavia cayeron tus castillos! [... ]                                                            
 Buenos Aires busca, durante el entreacto,                                                                
resolviendo en su archivo medallas y papeles,                                                                         
dónde se le extraviaron los eternos laureles (55-56) 

En el cuarto canto, “La Tiranía”, el poeta personifica a Buenos Aires en una dama que está bordando una bandera azul y celeste. Deja la tarea, asustada, porque ve llegar “un tropel de hombres y bestias”[20]. Esta metáfora representaría el estancamiento e incluso la anulación del progreso y del desarrollo urbano-social del país emprendido por los ilustrados. Los autores de esta falacia son “paisanos con el gorro bermejo y la cara grasienta”[21] liderados por El Restaurador de las Leyes: Juan Manuel de Rosas. Manuel Mujica Láinez retoma para la configuración histórica de la ciudad el esquema  bíblico de Jerusalén como única ciudad positiva, la ciudad del bien como origen de idealidades urbanas. La ciudad del bien halla su contrapartida teórica en la ciudad del mal: Babilonia. En Canto a Buenos Aires encontraríamos una oposición similar entre la Ciudad de Mayo y el Buenos Aires de la tiranía, donde se ejerciera una feroz represión contra los “afrancesados” así como contra toda  aquella persona que no apoyara a los federales.
Tras haber sido la ciudad aprisionada en las garras del cruel tirano, Mujica cita a los intelectuales que hicieron de Buenos Aires uno de las principales urbes hispanoamericanas, con el objetivo de devolverle el prestigio del que gozaba previamente. Nombra a las luces desterradas: “Juan Cruz Varela, el Padre Ocampo, Agustín Urit, Florencio Varela, Miguel Cané, el de la Nueva Troya[22]”. Añade más adelante: “El gobierno sin leyes del Tirano destruye lo que hicieron los abuelos fecundos”[23]. Interesante es, aludir al concepto de Ciudad Letrada acuñado por Ángel Rama para completar lo apuntado, esto es, entender la ciudad americana por la capa de intelectuales (primero eclesiásticos y a partir del XVIII civiles) que le dan consistencia organizativa y van creando el entramado cultural de la misma. A este concepto alude el poeta cuando dice: 

Quienes su red urdieron de calles y ejido [...]                                                                     
trenzaron su cordaje, fundador y cartógrafos (27)

Añade en el canto V:

Esas gentes auténticas[24], arriesgadas o irónicas,                                                                     
con ademanes parcos y palabras lacónicas                                                                                     
te dieron (y esto no es vana literatura)                                                                                      
su corazón. Por eso, Ciudad, estás madura,                                                                    
por eso, en la centuria que comienza, tú eres                                                                            
el árbol en sazón, grato al brazo de Ceres; (86)
A pesar de este período negro, el poeta recobra fuerza y ánimo:
En Santiago de Chile, por encima del Ande,                                                                                
 los proscriptos que miran al Ejército Grande[25]                                                                                           
desnudan las espadas generosas. [...]                                                                                
cabalgando en el séquito del General Urquiza (69-71)
En este mismo canto Manucho critica el federalismo de Rosas y defiende explícitamente el modelo unitario: 

Y la fábula explica, explica al final de la queja,                                                                              
que esta lucha enconada tiene su moraleja,                                                                                        
y es que sólo volviendo a su exacta estructura                                                                                         
pudo ser armoniosa la argentina escultura,                                                                               
 pues no nació la cólera del brazo y de la mano                                                                               
de querer ser cabezas, en un esfuerzo vano,                                                                                  
sino, precisamente, de verse así esparcidos (75)

Implícitamente estos versos simbolizarían la reivindicación de Manuel Mujica acerca de la centralización del poder en Buenos Aires. La siguiente pero no menos importante etapa de la historia de Buenos Aires tendrá lugar cuando ésta se convierta en capital del estado: “Ya eres capital, Ciudad”[26]. El recorrido histórico que me había propuesto trazar finalizaría llegados a este punto ya que los últimos dos cantos describirían la ciudad en la que Manucho vivía y, por consiguiente, estarían desprovistos de la necesaria distancia histórica para formar parte de este apartado. Las propias palabras del poeta en la nota preliminar de esta edición apuntan a ello: “Me parece justo avisar, pues, al lector, que la interpretación poética que aquí ofrezco del Buenos Aires contemporáneo corresponde al de treinta y dos años atrás: si hubiese escrito ahora ese último canto sería, por cierto, bastante distinto”. Es por este motivo que he decidido insertar al Buenos Aires de los años 30-40 en la tercera parte de este trabajo, en la que me dedicaré a la observación de la ciudad porteña a través de los ojos avisados del poeta.

Manuel Mujica Láinez construye literariamente la ciudad empezando desde sus albores. Poco a poco se desvelan ante nuestros ojos los barrios, calles y plazas emblemáticas de Buenos Aires cuyo bulto humano es el poeta, quién describe con metáforas densas y sofisticadas sinestesias todo aquello que le rodea.  Para ilustrar la concepción que tiene nuestro autor de Buenos Aires utilizaré dos términos acuñados por José Carlos Rovira (2005:15):

-         -  El “paisaje urbano”, es decir, la ciudad como objeto.
-         -  La dimensión humana o “teatro urbano[27]”.  

El poeta retrata el paisaje inicial con estas palabras: 

El canto ha de empezar allí, entre matorrales                                                                                     
y casucas de barro y precarios corrales:                                                                                        
que allí está Buenos Aires en su cuna de gracia. (13)
A continuación Manuel Mujica opone la inmensidad de la pampa a “los alambrados, postes de telégrafo, los caminos pesados y los ingenieros que estudian la forma de poner barrera al infinito” de la modernidad[28]. En aquella época Buenos Aires era una diminuta aldea de chozas de barro y paja dominada por la inmensidad de la naturaleza: “nuestro paisaje de torcaz y espinillo”. Al final del primer canto el poeta alude al damero, forma geométrica elegida por los españoles para facilitar el reparto de tierras y solares así como la seguridad de la ciudad: “aún nos aprisiona con sus mallas de acero, pues es, al mismo tiempo que armadura, una trampa.”[29]. Ángel Rama, citado en Rovira (2005:269), considera el diseño de la ciudad en damero como la voluntad de simbolizar la unidad, planificación y orden riguroso, que traducen una jerarquía social. Este damero permitiría un desarrollo urbanístico razonable que respetara el ritmo de la joven ciudad y de sus habitantes. El siguiente paso tendría lugar a principios del siglo XIX, cuando Buenos Aires adquiriere entidad e identidad al expulsar a los ingleses. El poeta cierra el segundo canto exclamando: “Ahora estás de pie, mi Ciudad, mi porteña”[30]. En “La Ciudad de Mayo”, tercer canto de la obra, describe la ciudad partiendo de su centro: 

el Fuerte que se erguía sobre lodoso charco                                                                                  
y detrás las carretas prontas al desembarco;                                                                                 
la Merced, San Ignacio, San Francisco, San Roque,                                                                          
la iglesia dominica y, en un curioso, enfoque,                                                                                   
la plaza del mercado, los altos de Escalada,                                                                                          
 la maquette del Cabildo, la Recova pintada,                                                                                           
 un coche a medio hundir adentro de  una verde ciénaga                                                              
y la Aduana bonita que fue de los Azcuénaga.                                                                       
Más allá sólo había pajonales y ombúes                                                                                              
y pistas para el diestro correr de los ñandúes (45)
En el canto quinto titulado “La Capital” comenta:

Porteño fin de siglo: paraíso de curvas,                                                                                   
al que romper no logra la calma pasajera                                                                                           
del Noventa ceñudo y su lección austera,                                                                                       
y que con su dibujo prolonga, a la distancia,                                                                      
elipses de Inglaterra y espirales de Francia. (84-85)
En el siguiente canto el poeta contrasta el desorden, ruido y contaminación de la ciudad con el silencio de la Pampa, uno de los pocos lugares que aún conserva su autenticidad primaria: 

de toda la ciudad suben, desordenados,                                                                                
 timbales de tranvías y klaxons aflautados,                                                                          
fugitivas pitadas de las manufacturas,                                                                               
chirriar de los que erigen nuevas arquitecturas,                                                         
quejumbrosas bocinas de los remolcadores                                                                           
 y de los subterráneos ahogados estertores,                                                                     
bordoneo de aviones, de los trenes clarines                                                                                   
y más allá el susurro de los grillos violines                                                                             
que anuncia el despejado sosiego de la pampa. (92-93)
En la cita que propongo a continuación puede apreciarse la ciudad de principios del siglo XX, caracterizada por el cosmopolitismo y el progresivo aumento de las oficinas en detrimento de las casas que constituían el emblema del Buenos Aires del siglo anterior:

Ciudad de hoy. Ciudad de los petit-hoteles                                                                       
(vanidad de mansardas y de puertas canceles);                                                                         
de los departamentos lisos, que cuadriculan                                                                          
 las idénticas vidas que allí dentro pululan;                                                                                
y de los conventillos de miseria y de broncas,                                                                        
con llantos afilados y palabrotas roncas;                                                                                
de las casas solemnes con balcones cerrados                                                                          
en que, tras el portero de botones dorados                                                                                   
 -prodigioso almidón de indiferente calma-                                                                                
se adivina un jardín en el que no hay un alma;                                                                          
de las casas del sur con patios y con reja                                                                                 
que encierran una vid o una palmera vieja                                                                                 
y cuyo solo ornato, sobre el muro desnudo,                                                                               
es una chapa nueva con laureles y escudo [... ]                                                               
Curialesca ciudad poblada de oficinas” (99-100)

Después de haber dedicado unas líneas a la descripción del paisaje y a la evolución del mismo, corresponde hacer lo mismo con los bonaerenses, los propios actores del Teatro Urbano. El primer cuadro de esta gran pieza es un inventario exaltado de los tipos que deambulan en la Plaza Mayor, escenario de la reciente declaración de Independencia:

Y cómo no ceder aquí a lo pintoresco,                                                                                        
coleccionando tipos de color truhanesco,                                                                                     
en torno de la Plaza Mayor [...]!                                                                                                   
El negrero pastelero que vende tortas secas;                                                                                
el aguatero clásico, de tonel y casecas;                                                                                          
el cuarteador cazurro, gran cavador de baches;                                                                           
el mercader de velas, jabón y cachivaches;                                                                                 
el pícaro barbero que afeita mientras narra                                                                                  
y sabe arrancar muelas y tañer la guitarra;                                                                                    
el pulpero ventrudo, fiador y prestamista;                                                                          
el pescador, que arroja su red como un artista                                                                             
 y a quien no se le escapa ni la boga más zorra;                                                                               
el que va pregando la nívea mazamorra,                                                                                 
 molida y perfumada con un mazo de higuera,                                                                   
gente de Buenos Aires, perezosa y parlera (46)

Es de tal impacto para Manuel Mujica la diferencia entre el silencio caracterizador del Buenos Aires de la Independencia con el estremecedor ruido de principios del veinte que señala:

Hay un ansia de todos, que quieren ser oídos:                                                                          
los vates de la peña con sus bocks repetidos;                                                                             
el obrero que cambia bajo el sol que devora,                                                                               
a la perforadora en ametralladora; […]                                                                                            
el canillita eléctrico de la calle Florida; [...]                                                                                
el que llama a los coches en el teatro Colón                                                                               
 y arroja el nombre ilustre, con sonido a doblón;                                                                      
el último automóvil-carroza, en cuyo encierro                                                                          
va una señora vieja de cortejo de entierro;  […]                                                                          
el ómnibus panzudo de relajadas cinchas                                                                                      
de cuyo estribo penden los racimos de hinchas                                                                      
que pregonan la gloria de Boca y San Lorenzo; (93-94).

El hecho de citar un sólo fragmento del sexto canto responde a su larga extensión descriptiva habiendo elegido de sus versos los más significativos.
Canto a Buenos Aires es un poema romántico por la nostalgia que de él se desprende. La nostalgia de Manuel Mujica no es anacrónica,  no es una simple añoranza del pasado sino la añoranza de la Ciudad de Mayo. A continuación ofrezco una selección de fragmentos que traducen la melancolía, la meditación filosófica y metafísica del poeta:

Hora aquella en que todo, lo grande y lo minúsculo [...]                                                                      
y el distante mugir de la vaca opulenta,                                                                          
 preludia alrededor de la inmóvil hamaca                                                                                       
 la idea familiar de angustiosa belleza (28)

En esta estrofa compara el tímido desarrollo de la ciudad con el balanceo de una hamaca de quinta. Indica más adelante: 

Ésos fueron, Ciudad, tus momentos mejores.                                                                   
 Abierta la sombrilla como un ramo de flores                                                                             
o embozada en un abrigo de pieles,                                                                                          
allá te vas, Mujer, con tus puros corceles,                                                                                   
y hay un como recuerdo familiar de tu hamaca                                                                        
en el coche de elásticos que te mece y destaca. (83)

En la cita siguiente se observar la evolución de la ciudad, la pérdida de la riqueza y de la tranquilidad inicial que se ha desvanecido entre el progreso tecnológico y el crecimiento demográfico:  

Ciudad: hemos ganado en teléfono, en radio,                                                                             
y qué sé yo, en hoteles, en tranvía, en estadio,                                                                             
cosas de indiscutible, de probada eficacia,                                                                             
pero aquélla tenía muchísima más gracia,                                                                                  
con sus patios sin luz y sus tranquilas gentes,                                                                             
que ésta de los dialectos de la calle Corrientes,                                                                         
donde el porteño, ahora, es como un pajuerano                                                                              
 que va a los tropezones, la maleta en la mano.                                                                 
 Aquélla, a la verdad, era una maravilla (46-47)

 Este poema, fruto de una reflexión continua a lo largo de dos décadas de estancia en la capital argentina, nos muestra la mutación de la ciudad antigua, tranquila, idealizada, a la ciudad moderna caracterizada por el deambular de los coches, la creciente contaminación del aire y la aceleración del ritmo de la vida que va asociada al paulatino progreso del individualismo degenerador que tanto afectó a Manucho. De ahí que esté en el centro de sus críticas y proponga como modelo la ciudad de la Independencia, el Buenos Aires que suscitaba sueños y esperanzas. Manucho ha plasmado en versos el paso del espacio simbólico y natural de la armonía al espacio urbano de la desarmonía, o si se quiere, retomando términos de Rubén Darío, de “la sagrada selva” a “la gran cosmópolis”. El poeta rioplatense evoca en un tono nostálgico el lugar y sus transformaciones, evoca este Buenos Aires que ya forma parte del pasado y se está convirtiendo en un mito. Construye su voz gracias al encuentro entre la contingencia y la necesidad.  El contexto artístico de la época alimentaba a la fundación literaria de la ciudad para dotarla de una dimensión espirirtual-mitica que dignificaría la edificación física. En los años 40 Buenos Aires había perdido el prestigio que lo hubiera caracterizado a principios del siglo XX por lo que el poeta sintió la necesidad de recuperarlo y al mismo tiempo revalorizarlo. En este poema el amor a Buenos Aires se hace canto y leyenda. No sólo nace el país sino que se va configurando la sensibilidad y la identidad criolla. En este poema no sólo hace una reconstrucción de la historia de la ciudad para fundarla literariamente sino que reconstruye la historia de su familia y la de su propio ser en un intento de crear símbolos de identidad válidos tanto para sí mismo como para los porteños.
Las líneas conclusivas del libro de Pedro Mendiola (2001: 210-211) resumen claramente los instintos que movieron a Manucho a escribir este canto. Buenos Aires despierta tres actitudes en nuestro autor:
-          La visión admonitoria del que intuye el espectáculo incipiente que el crecimiento de la ciudad promete.
-          La actitud comprometida del escritor social que persigue la desdicha que la ciudad arrincona.
-          La mirada melancólica de quien busca un pretérito aldeano en los pliegues interminables que poco a poco la ciudad anula.
Jorge Cruz, citado en María Esther Vázquez (1983:195), apunta: “Sus libros reaniman la memoria de la ciudad, le dan un sustento espiritual, la historia o la leyenda de una calle, de una casa o de un sitio cualquiera, los transforma mágicamente. En ese aspecto, Buenos Aires le debe mucho a Manuel Mujica Láinez.” En efecto, Manuel Mujica Láinez desempeñó una tarea imprenscidible, la de conferir importancia a la ciudad, a sus fundadores y a los pobladores que le habían dado vida. Su discurso lírico-poético va más allá de la mera descripción  convirtiéndose en guía de la ciudad.
Me parece oportuno a la par que enriquecedor concluir con unas palabras del autor que ilustran el verdadero sentido de la obra: “La verdad es que no soy un poeta, soy un rimador, un cronista en verso en el caso especial de Canto a Buenos Aires” (1983:59). Este poema es una verdadera crónica del teatro y paisaje urbano de una ciudad, Buenos Aires, cuya evolución y modificación  se ve reflejada  a lo largo de su historia, contada y cantada por uno de sus más fervores enamorados.

BIBLIOGRAFÍA

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